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Lxs feministas y el estado post-COVID-19

En estos días, al hablar con feministas, se oye una gama de perspectivas sobre la crisis actual y hacia dónde vamos. «¡Sí, este es nuestro momento!», dicen algunxs. «Finalmente resulta claro para todxs por qué los sistemas de salud y los servicios públicos son esenciales, por qué la austeridad nos ha estado matando. Tenemos que impulsar más que nunca las audaces agendas feministas, para encargarnos de todo el modelo económico fallido.»

«No sean tan optimistas», dicen otrxs. «La crisis también es una oportunidad para que los conservadores vayan por todo, desde las normas familiares patriarcales hasta los rescates operativos y los regímenes fronterizos represivos. Solo mira a tu alrededor. Quizás lo máximo que podamos hacer sea defender nuestras posiciones.»

Es difícil saber en qué dirección irá la situación, pero una cosa es clara: estamos enfrentando enormes cambios, desde los millones de personas que acaban de perder los magros ingresos que tenían, hasta los gobiernos y los gigantes tecnológicos que están sentando las bases para una vigilancia draconiana de la ciudadanía. De modo que, si queremos moldear el mundo post-COVID-19 (en lugar de despertarnos en él uno de estos días), es el momento para la acción. Una acción feminista. ¿Pero cuál?

He leído con interés un llamado a los movimientos sociales (en inglés) para pensar en grande y tomar el poder en el gobierno. Un sí rotundo a pensar en grande. ¿Pero la movilización de los movimientos para ubicar a nuestrxs representantes en las instituciones estatales y las oficinas gubernamentales? No tan rápido. ¿Estoy tan entusiasmadx por ver a Alexandria Ocasio-Cortez decirle la verdad al poder como esx autorx, o como lx feminista de al lado de casa? Sí. Sin embargo, quisiera sugerir que este llamado depende de una percepción desactualizada de lo que es el Estado nación y de cómo opera el poder hoy en muchas partes del mundo.

Si realmente estamos mirando hacia el futuro, es un buen momento para que lxs feministas repensemos el estado (y cómo interactuamos con él), proponiendo soluciones, alternativas y realidades feministas que no estén centradas en el Estado.

Primero, ¿dónde se asienta el poder actualmente?

Sabemos que las empresas transnacionales poseen más riqueza que los estados. Durante décadas, los estados han ido entregando su propia soberanía y su propio poder político al poder corporativo.

Debemos todxs estar preparadxs para que las empresas transnacionales comiencen a demandar a los gobiernos (en inglés) por las medidas de respuesta al COVID-19, porque la provisión pública de agua potable, las acciones de asistencia económica y los límites a los precios de los medicamentos podrían acarrear pérdidas para los inversores y las grandes empresas, y, si se les pregunta, somos tú y yo, el público, quienes debemos compensarlas. Incluso si somos afortunadxs y el gobierno tiene la voluntad política de rescatar a la gente, la forma en que puede hacerlo es una cuestión totalmente diferente. La búsqueda de inversiones a cualquier costo ha establecido una sólida arquitectura legal de tratados de inversión y acuerdos comerciales que obligan a las instituciones estatales a servir a los intereses corporativos. Más de 2 600 acuerdos, para ser precisxs, mientras nosotrxs seguimos luchando por un solo tratado sobre empresas transnacionales y derechos humanos (en inglés). Desenmarañar esta estructura no es una tarea fácil.

Segundo, ¿cuál es la situación de la cooperación internacional, que depende del sistema de los Estados nación?

La Organización de las Naciones Unidas ha sido históricamente importante para los logros feministas. En muchos países, lxs feministas pudieron adoptar resoluciones progresistas conquistadas en la ONU, e impulsar el cambio a nivel nacional. Ahora, cada vez  más socavada y con menos fondos, la ONU enfrenta, por un lado, la creciente influencia de conservadores y actores antiderechos, y por otro, al sector privado. Muchxs feministas seguimos involucrándonos con la ONU, debido a nuestro compromiso con el principio de cooperación internacional: multilateralismo. No obstante, medimos nuestras expectativas y no esperamos demasiado, porque sabemos que la presión y la incidencia tradicionales, por sí solas, no funcionarán. Más bien necesitamos reinventar el multilateralismo; el sistema de la ONU en su totalidad precisa una transformación exhaustiva que permita una potente promoción de las agendas de justicia de género y justicia social.

Tercero, no solamente la crisis del COVID-19 es experimentada en forma diferente por las distintas comunidades, y en las diversas partes del mundo: el estado del Estado varía según los contextos políticos.

En algunos países tendría sentido que unx feminista o que cualquier candidatx de un movimiento social se presentara a elecciones; en otros no. El contexto político puede ser demasiado fascista, volátil o corrupto; las instituciones estatales pueden parecer demasiado ineficientes como para ser transformadas desde adentro; o bien tú y tu movimiento pueden, sin más, no reconocer la legitimidad del gobierno.

Para ilustrar esto último, recuerdo cuando era una joven feminista y trataba de explicar a una europea perpleja por qué, para algunxs de nosotrxs, entrar en el sistema político de elecciones de Israel era impensable. Como feministas de izquierda, no reconocíamos la legitimidad de un gobierno que domina al pueblo palestino mediante la ocupación y la colonización. De las conversaciones con feministas de otros países aprendí que «el Estado» puede significar cosas muy diferentes para cada unx de nosotrxs.

Si bien en este momento las respuestas y las tendencias autoritarias están en auge en muchos países, estamos viendo una amplia y profunda organización comunitaria, y las iniciativas solidarias prosperan.

Estas respuestas a las necesidades inmediatas de las personas demuestran qué es lo verdaderamente importante y esencial para nuestra supervivencia y nuestra vida social: las tareas de cuidados, los alimentos, la vivienda, la salud y el medio ambiente, para mencionar algunas cosas.

Lo importante es que estas respuestas manifiestan no solamente las prácticas, sino también los valores fundamentales y las trayectorias culturales que deben ser el núcleo de nuestra sociedad, de nuestro sistema económico, y de nuestras instituciones políticas.

Y estas trayectorias no son las obsoletas teorías económicas, ni las viejas imágenes del empresario egoísta y arriesgado que busca el lucro, o del arrogante y saciado político. Ambas imágenes se originan en las teorías de los siglos XIX y XX de colonizadores blancos, que siguen prevaleciendo en el orden económico y político tradicional. A menudo oímos que lo pragmático es interactuar con este orden, en lugar de desafiarlo. A veces esto puede ser cierto, pero en ciertos casos el pragmatismo no es más que la solidificación de los sistemas que operan contra nosotrxs; el discurso del pragmatismo es invocado para limitar nuestra imaginación política y restringir los límites de lo posible.

Si algo bueno puede surgir a partir del COVID-19, es precisamente comprender esto: que las decisiones de privatizar los sistemas de salud, abolir las redes de seguridad social y las políticas de bienestar, crear millones de puestos de trabajo precarios y entregar el poder a las grandes industrias farmacéuticas son cualquier cosa menos «pragmáticas».

Son absolutamente destructivas, para la humanidad y para el medio ambiente. También lo son la gradual desradicalización de los partidos de izquierda de todo el mundo, y la adopción de ideologías de derecha moderada o directamente neoliberales, en un intento desesperado (y por lo general fallido) de atraer el apoyo popular.

La realidad es que algunxs de nosotrxs hemos dependido siempre de las redes de apoyo comunitarias, ya sea para la supervivencia económica, para la asistencia emocional y de la salud, o para crear subculturas que dan sentido y fuerza creativa a nuestras vidas. Estoy hablando de las comunidades queer y trans, de las comunidades de migrantes, de personas indocumentadas, de trabajadorxs sexuales, de empleadxs domésticxs, de comunidades negras y marrones, de los grupos de clase trabajadora y otros que se encuentran en las periferias del poder institucional.

Sí, el Estado ahora está en falta con millones de personas, pero muchxs de nosotrxs no esperábamos demasiado del Estado. Las comunidades que han sobrevivido a pesar de la opresión y la exclusión también han creado estructuras políticas autónomas, instituciones sociales participativas, prácticas de cuidado ambiental, y valores comunes. Hemos estado creando y viviendo realidades feministas, feminismos en la práctica. Ya sea en la búsqueda para interactuar con las instituciones políticas existentes, para reinventarlas o para organizarnos completamente por fuera de ellas, creo que aquí es donde encontraremos nuestra brújula feminista más realista y más pragmática.

 


* inspirado en aprendizajes a partir de conversaciones con la Junta Directiva, el personal y lxs contrapartes de AWID

Category
Análisis
Region
Global
Source
AWID