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¿Cómo podemos tolerar discursos anti LGBTQ en un espacio importante de derechos humanos?

Aun después de la masacre de Orlando, la Organización de los Estados Americanos está siendo atacada por grupos religiosos debido al apoyo que brinda a las personas LGBTQ.


Al día siguiente de producido el tiroteo más masivo de la historia reciente de los Estados Unidos, la Organización de los Estados Americanos dio comienzo a su 46º Asamblea General en la República Dominicana.

La OEA, de la que Estados Unidos es miembro, es el organismo regional responsable por la promoción y protección a los derechos humanos y la democracia en el hemisferio occidental. Su Asamblea anual, pensada como un foro al que asisten Gobiernos y sociedad civil en un clima de buenos modales, se convirtió en una exhibición vulgar de homofobia extrema cuando el Secretario General Luis Almagro pidió que las personas participantes guardaran un minuto de silencio por las víctimas de Orlando. Cuando Almagro calificó el tiroteo de crimen de odio, algunas personas del público lo abuchearon mientras hacían ondear banderas que decían «no a la ideología de género».

Los derechos humanos están en riesgo y la hostilidad exhibida en Santo Domingo tiene que ver con la masacre ocurrida en Orlando.

En los Estados Unidos se han logrado avances importantes en la protección a los derechos humanos de las personas LGBTQ (lesbianas, gays, bisexuales, transexuales y queer) pero no sin cuestionamientos. En ese país, la proliferación de proyectos de ley y leyes ya aprobadas anti gay que eximen de ciertas obligaciones sobre la base de la religión, supera a los logros alcanzados.

Los escasos mecanismos de derechos humanos que permiten proteger a poblaciones vulnerables están siendo atacados por grupos de cariz religioso que insisten en que los derechos de las mujeres, las personas gays y trans, entre otras, constituyen una amenaza directa contra su fe. Por su disposición a tener en cuenta –y en muchos casos, a promover– los derechos de las mujeres y las personas LGBTQ, la OEA es uno de los principales blancos de ataque para los grupos religiosos conservadores, muchos de los cuales tienen su sede en los Estados Unidos, que quieren cerrarla.

La OEA ya está en crisis.

La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), responsable por dar respuesta a las violaciones a los derechos humanos en América Latina y el Caribe, ya está al borde del colapso. Los Estados Miembros no pagan sus cuotas y el mes pasado la CIDH anunció la suspensión de sus audiencias y visitas a los países, así como recortes que afectarán a un 40% de su personal. Todo esto contribuye a que la derecha religiosa consiga su propósito que no es solo deslegitimar a la institución sino directamente lograr que desaparezca.

El día de la masacre en Orlando, el odio dentro de la Asamblea General (AG) encontró eco en las protestas que ocurrieron afuera. Organizadxs por la Iglesia católica, con el apoyo de cultos evangélicos, las personas que protestaban vestidas de blanco formaron una enorme procesión a lo largo del Malecón, frente al mar, que agitó banderas y carteles condenando a la OEA, el aborto y los derechos LGBTQ. Según quienes marcharon, la OEA está intentando imponer una agenda gay internacional, que constituye una afrenta directa a sus valores de la familia. Para ellxs, la inclusión del género en cualquier normativa es el primer paso para promover el aborto y el matrimonio entre personas del mismo sexo, todo lo cual amenaza su religión y la de sus hijxs.

El día previo a la reunión de la OEA fue el turno de los foros coordinados por grupos de la sociedad civil que se dedicaron a trabajar temáticas como los derechos de las mujeres y de las personas LGBTQ, la democracia o los derechos humanos. Fueron encuentros agitados y problemáticos, en los que hubo que llamar a la seguridad para que ciertxs participantes salieran de los salones. Las tres AG previas que tuvieron lugar en Washington DC, Asunción (Paraguay) y La Antigua (Guatemala) también estuvieron marcadas por las faltas de respeto, la hostilidad y la polarización.

El colmo de la intolerancia se produjo el día que se conoció la noticia de la masacre.

La sociedad civil tuvo la oportunidad de hacerle preguntas a Almagro acerca de los progresos en materia de derechos humanos en América Latina y el Caribe. Mientras Almagro respondía una pregunta acerca de Haití, un hombre se puso de pie al grito de «¡Hay hombres intentando entrar a los baños de mujeres!». Lxs participantes salieron del salón donde se llevaba a cabo la reunión y se volcaron a los pasillos donde se pudo ver cómo a una mujer trans se le negaba la entrada al baño de mujeres. Muchas otras mujeres trans denunciaron haber recibido un trato similar durante la conferencia.

Lo que ocurrió en Orlando, y lo que está desplegándose en la OEA, son resultado de un clima de odio que ha sido alentado durante décadas por lxs conservadorxs religiosxs. Los discursos de odio acompañados por legislaciones basadas en el mismo sentimiento marginan a las personas gay y trans y, tal como lo vimos en Orlando, conducen a una violencia inimaginable.

La presencia de conservadorxs religiosxs con una agenda antimujeres, antigays, antitrans en la OEA no es algo nuevo. Pero lo que sí constituye una preocupación cada vez mayor es que continúan agitando para desmantelar los organismos de derechos humanos al mismo tiempo que en todo el mundo se producen escenas de violencia sin precedentes. La OEA es el espacio que fija el tono y los estándares para las protecciones a los derechos humanos en América Latina y el Caribe. Como lo demuestra Orlando, cualquier retroceso en los derechos humanos, que es lo que estos grupos desean, solo conducirá a una mayor violencia.


Este contenido se reproduce como parte de nuestra asociación actual con The Guardian y Mama Cash.

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Análisis