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¡Nuestro deseo es nuestra revolución!: Políticas del amor y las sexualidades queer

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Mujeres Al Borde (MaB) es un cocktail explosivo feminista de diferentes identidades y disciplinas artísticas que nació en el 2001 en Colombia. El equipo está conformado actualmente por seis personas que llevan adelante sus programas Al Borde Producciones, Teatro Al Borde, Multitudes Al Borde. Durante 17 años de artivismo más de 5000 personas han participado de sus procesos comunitarios tanto en Colombia, Chile como en otros países de Sudamérica y Centroamérica. Compartió y reflexionó sobre lo hecho por el grupo la artivista pansexual y transfeminista Ana Lucia Ramirez, co-fundadora de MaB.

Un deseo revolucionario

«¡Nuestro deseo es nuestra revolución! Este ha sido el lema que nos ha identificado y acompañado desde el inicio de Mujeres al Borde.

Estamos convencidxs de que el deseo (entendido solo como algo sexual) es algo plenamente político, que cuando encarnamos un deseo no heteronormado comenzamos a habitar el mundo de otra forma y podemos ser más conscientes de las opresiones que necesitamos cambiar, de las injusticias que están naturalizadas» explica Ana.

Y luego agrega: «Con esta frase le otorgamos un lugar revolucionario y transformador a nuestro deseo, nuestro deseo de otros cuerpos posibles, otras formas de amar, de sentir placer, de relacionarnos con las personas, con otros seres, con la tierra. Es un deseo que también desborda lo sexual, y que se refiere al deseo de otro mundo y al compromiso de abrir posibilidades para mundos más justos, libres y felices».

Existen diversas formas de transformar el mundo. Una que Mujeres al borde ha desarrollado es lograr que todas las voces se escuchen, especialmente las voces que se han mantenido marginadas o que por cuestiones de falta de seguridad personal se han recluido detrás de una pared de silencio.

«La consigna de nuestro proyecto de cine comunitario AL BORDE Producciones es ‘Contamos historias para cambiar el mundo’. Durante el proceso de realizar documentales autobiográficos con activistas LGBT, entendimos que uno de las primeros miedos que las personas disidentes de la sexualidad y el género necesitamos enfrentar, es el de romper el silencio sobre quienes somos» dice Ana.

Para ella como para sus compañerxs, el que las personas puedan contar sus historias con voz propia, y que se reconozca que sus historias merecen ser contadas y escuchadas, «es un gran acto de valor, es enfrentar una sociedad que nos amenaza simbólica y materialmente con la exclusión si decidimos ser visibles».

Encontrando el placer en el borde

Ana recuerda que cuando comenzaron la idea era crear un espacio para encontrarse y poder «crear otros sentidos de lo que podíamos ser ‘las mujeres’ que habitamos las disidencias sexuales y de género». Es por esto que se reconocen como mujeres que están al borde, que no cumplen con las expectativas «del género, de la belleza, de la decencia, de lo ‘políticamente correcto’, y a las que además, no nos interesa renunciar a ser quienes somos por entrar en un lugar de privilegio. En el borde, en las fronteras, márgenes, encontramos placer, fluidez, creatividad, donde hallamos un lugar para crear junto con otr*s que también han perdido el miedo a ser las raras, l*s rar*s, y por el contrario, lo disfrutan».

En el grupo han participado mujeres bisexuales, señoras lesbianas de 70 años, mujeres trans que se descubren y empiezan su tránsito a los 40, niños trans de 12, mujeres con experiencias intersex, madres lesbianas y bisexuales, personas pansexuales, niñas hijas de mamás lesbianas/bisexuales de nuestra comunidad, personas de género no binario, hombres que rechazan y cuestionan su identidad de género y privilegios, personas con capacidades diferentes, travestis de diversas edades, transformistas, cross dressing, personas queer, marimachas, también mujeres cis heterosexuales críticas a la norma sexual y que también son activistas por sus derechos derechos. «Hemos sido un grupo muy felíz con tanta belleza y diferencia que hemos reunido en torno al transfeminismo, el arte y el activismo».

Y si de artivismo se trata…

Entendemos el arte como una experiencia
que nos cambia y desde la que podemos
también cambiar el mundo.
El activismo que nos hace vibrar es
aquel que reconoce que el poder
de hacer el mundo que soñamos
está en nuestras propias manos, en la fuerza
de nuestra propia comunidad
haciendo activismo desde el arte.

En una película estamos creando
las imágenes de lo que será nuestra memoria colectiva.
En la creación de un personaje teatral las personas
van descubriéndose valientemente a sí mismas.
Cuando creamos otras narraciones a través de cuentos,
documentales, femzines o performances, producimos
referentes que van a hacerle saber a otrxs que no están solxs,
que no son lxs únicxs. Este artivismo nos devuelve la voz,
nos sana, pone el acento en lo comunitario, lo colectivo,
nos reúne a soñar en grupo y a hacer posibles esos sueños.

Nuestro artivismo es contrasexual y transfeminista.
Es así porque en este lugar desde el borde, hemos entendido
que hay ciertas verdades que necesitan ser desafiadas
para que nuestras vidas sean posibles, verdades que sostienen
opresiones que están acabando con la vida de mujeres, niñas,
niños, personas de las disidencias sexuales y del género
en todo el mundo. Desafiamos el patriarcado, el cisexismo,
el binario de género, las normas de la corporalidad, del deseo,
del amor, del placer, la obligación de ser heterosexuales,
ser mamás, ser mujeres y ser hombres.

No más máscaras

El grupo teatral de Mujeres al Borde, «Las Aficionadas», estrenó en junio de 2001, su primera obra, titulada «Olga sin pelos en la lengua». Ana recuerda que en aquellos años era más complicado salir del closet en Colombia, y que más de la mitad de las mujeres lesbianas y bisexuales que participaban del grupo vivían su orientación sexual de manera oculta, y era frecuente que participaran de la marcha del Orgullo con máscaras y antifaces.

A Clau [Corredor, otrx de lxs fundadorxs del grupo] se le ocurrió una escena donde varias de ellas pasaban al frente y decían una y otra vez: «Soy bisexual. Soy lesbiana». Lo dijeron durante tres meses en cada ensayo, «aunque en su vida no habían encontrado la fuerza de decirlo» explica Ana.

El día del estreno el lugar estaba llenísimo, con más de 200 personas en el público y «las compañeras estaban muy nerviosas. La obra fue un éxito, y ellas dijeron con mucha fuerza y determinación su texto de ‘Soy bisexual. Soy lesbiana’. El público se levantó para aplaudirlas».

Dos días después del estreno fue la marcha del «Orgullo LGBT» en Bogotá, y la actriz protagonista y otras de las compañeras de la obra fueron hasta donde repartían máscaras para ponérselas durante la marcha. «Justo las vemos y nos acercamos a saludarlas» recuerda Ana, «y antes de ponerse las máscaras, unas personas que estaban ahí en la calle, comenzaron a gritarles: ‘¡Olga, Olga! ¡Olga sin pelos en la lengua!’. Se acercaron y nos preguntaron emocionad*s si éramos l*s de la obra de teatro. Todas estábamos sorprendidas y felices con el reconocimiento, sobre todo la protagonista.

En ese momento la persona que daba las máscaras les preguntó: ¿Cuántas necesitan? Ellas se miraron y dijeron: ‘NO, esta vez no vamos a usar máscara’. Ha sido uno de los momentos que más nos marcó cuando comenzamos, todavía hoy lo recordamos con lágrimas y risa».

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AWID