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Nidhi Goyal: Mi viaje

Escribo para compartir mis experiencias, mis humildes observaciones y mis intuiciones después de casi una década de trabajo como feminista y activista discapacitada de India. Mientras escribo esto, me estoy preparando para asumir el cargo de Presidenta de la Junta Directiva de AWID, que es una organización feminista internacional de membresía comprometida con la igualdad de género, el desarrollo sostenible, y los derechos humanos de las mujeres. Creo que soy probablemente la presidenta más joven, y la primera con discapacidad, que haya sido designada por la organización.


Es una perspectiva estresante, pero estoy entusiasmada. Entusiasmada porque esto constituye un hito en lo que ha sido casi una década de lucha y activismo, durante la cual he trabajado para identificar formas de expresar en forma conjunta los derechos de discapacidad, género y sexualidad, promoviendo a las mujeres con discapacidades. Y espero haber encontrado en AWID, la Asociación para los Derechos de las Mujeres y el Desarrollo, aliadxs que estarán preparadxs para avanzar de la mano conmigo y desmantelar la discriminación contra las mujeres con discapacidades y contra quienes viven con otras identidades marginadas. 

Nidhi Goyal, Presidenta de la Junta Directiva de AWID

En estos años como activista dedicada a los derechos de las personas con discapacidad y la justicia de género, mi trabajo ha abarcado la investigación, la escritura, la capacitación, las campañas, la defensa, y el arte. He trabajado para promover los temas donde se cruzan discapacidad y género a través de artículos de opinión, notas periodísticas y conferencias en foros nacionales e internacionales. He dirigido capacitaciones, he dado charlas, y he organizado eventos, en cinco continentes.

Además de esto, como parte de mi actual trabajo a nivel nacional integro el grupo central sobre personas con discapacidad y ancianas de la National Human Rights Commission of India [Comisión Nacional de Derechos Humanos de India]. A nivel global, no sólo he sido elegida para integrar la Junta Directiva de AWID, sino también he sido designada para participar en el Grupo Asesor de la Sociedad Civil de ONU Mujeres, y estoy en el consejo asesor de VOICE, un proyecto de subvenciones desarrollado por el Ministerio de Relaciones Exteriores de los Países Bajos. Todo esto me ha dado la oportunidad de unir lo global y lo local, y de atravesar y aprender de distintas organizaciones y de formas de trabajo y compromiso diversas.

En mi viaje personal, no siempre he sido discapacitada. Adquirí mi discapacidad a los 15 años, cuando empecé a perder la vista y estaba aprendiendo a vivir una vida plena con mi discapacidad. Fue entonces que me prometí a mí misma que trabajaría para extender las oportunidades de crecimiento a otras personas con discapacidades, en particular a mujeres con discapacidades que no tenían acceso a la estructura familiar, los recursos y los privilegios con los que yo contaba como apoyo. Para avanzar en este compromiso y llenar algunos de los muchos baches que descubrí a través de mi trabajo, en septiembre de 2017 fundé mi organización sin fines de lucro Rising Flame.

Comienza el viaje

Mi activismo comenzó en la interseccionalidad. No empecé como estudiante de humanidades, ni como graduada de ciencias sociales: arranqué desde una óptica de los medios masivos de comunicación, donde las historias eran el centro de mi trabajo, escribiendo en forma autónoma para revistas, diarios y portales en línea. Para mí, escribir artículos de fondo sobre mujeres significaba todas las mujeres, aquellas con y aquellas sin discapacidades, mujeres provenientes de todas las clases socioeconómicas, de todas las castas, y de todas las afiliaciones religiosas.

Para mí, escribir artículos de fondo sobre mujeres significaba todas las mujeres, aquellas con y aquellas sin discapacidades, mujeres provenientes de todas las clases socioeconómicas, de todas las castas, y de todas las afiliaciones religiosas.

Por este motivo me llevó cierto tiempo reconocer la singularidad del proyecto emprendido por la organización para los derechos de las mujeres en la cual estaba trabajando. Era un proyecto sobre mujeres con discapacidades. Sabía que no oíamos las voces de mujeres con discapacidades (no las oíamos lo suficiente, o no las oíamos en absoluto en muchas situaciones y respecto de muchos temas), pero no había percibido la profundidad ni el ancho de la brecha en la que habían caído: la brecha entre los derechos de las mujeres y los derechos de las personas con discapacidad.

Como joven mujer discapacitada, luchaba por trabajar en la intersección de discapacidad, género, sexualidad y violencia, porque la información sobre estas intersecciones era inexistente o completamente inaccesible, además de estar silenciada debido al tabú sobre la sexualidad del conservadurismo cultural de India y Asia del Sur. Y luchaba, todavía más, con el espacio al cual pertenecer. Para mí, en mi mente, yo pertenecía a ambos movimientos: el de los derechos de las mujeres, y el de los derechos de las personas con discapacidades; pero ni mi identidad ni mi trabajo eran plenamente reconocidos o aceptados por ninguno de los dos. Básicamente, la expresión todas las mujeres no siempre significaba algo para una mujer como yo. Por ejemplo, la sociedad podía acordar que todas las mujeres deberían vivir seguras: pero el estigma específico que enfrentan las mujeres con discapacidades respecto de su género, su discapacidad y su sexualidad no era abordado, y la seguridad de estas mujeres no estaba en la agenda de ningún modo.

Este era un fenómeno que constituía la realidad de las vidas de millones de mujeres con discapacidades, en mi país y en todo el mundo. El movimiento por los derechos de las personas con discapacidad se rehusaba a tener una perspectiva de género, y a reconocer las múltiples y entrecruzadas formas de discriminación y los desafíos que enfrentaban las mujeres con discapacidades; ni siquiera abordaba sus necesidades o sus derechos específicos. La agenda de los derechos de las personas con discapacidad era, y es, clara: accesibilidad, educación, empleo e inclusión, pero nada de esto era enfocado de manera inclusiva o sensible al género. En ese momento, muchxs líderes activistas decían: «Estás hablando sobre derechos de las mujeres, cuando hablas sobre mujeres con discapacidades, y esa agenda no se ocupa de nuestros problemas de accesibilidad o empleo»; aún lo dicen: en casos de mayor corrección política, esto quizás no se expresa con tanta claridad. El patriarcado está tan arraigado, y sigue siendo tan indiscutido, que las mujeres con discapacidades todavía no son escuchadas, y siguen siendo en gran medida invisibles, en particular en lo que respecta al liderazgo y al proceso de toma de decisiones del movimiento en general.

El patriarcado está tan arraigado, y sigue siendo tan indiscutido, que las mujeres con discapacidades todavía no son escuchadas.

Me volqué entonces, en forma automática, al movimiento por los derechos de las mujeres, y en mi entusiasmo olvidé que este movimiento arrastra buena parte de los errores conceptuales sociales y del estigma que rodea a las mujeres con discapacidades. Para ellas, luchar por los derechos de las mujeres significaba afirmar que las mujeres eran tan fuertes y capaces como los varones, una premisa que inmediatamente excluía a aquellxs que viven con cuerpos y mentes con discapacidades. Así, en el espacio por los derechos de las mujeres, oí, sentí y percibí la incomodidad existente. La mayoría de lxs actorxs no quería ocuparse, por distintos motivos: un terreno demasiado desconocido, o demasiada resistencia, o demasiada poca iniciativa para expandirse y entender, entre otros. Quienes querían ocuparse o bien tenían una perspectiva muy capacitista, o se sentían satisfechxs con una inclusión simbólica. Por ejemplo, la mayoría de las conferencias sobre derechos de las mujeres tenía un panel para voces marginadas, el único lugar donde tu voz podía tener un espacio o ser considerada válida. Como joven mujer discapacitada, y como activista que trabajaba la intersección de discapacidad, género y sexualidad, me incluían en los programas de algunas organizaciones como gesto simbólico. En algunas organizaciones, me daban un rol visible, para proyectar una imagen de inclusión, pero el liderazgo seguía estando en manos de gente con muy escasa comprensión del tema. Así, el programa seguía teniendo un enfoque capacitista, y la situación de las mujeres con discapacidades seguía sin modificarse.

Pero me di cuenta de que, como joven activista con relativamente pocos años de experiencia y acceso limitado a los espacios convencionales, debía tolerar este espacio simbólico y este intento de utilizar mi identidad, para poder influir sobre organizaciones, algunxs pares, financiadoras, y programas. Al principio esto funcionó bien, y me tragué muchas instancias simbólicas como oportunidades para hacer una diferencia. Sin embargo, de a poco ciertas preguntas más significativas comenzaron a perseguirme, como «¿Puedes permitirte ser utilizada, como costo para promover  el tema? ¿Se está realmente promoviendo el tema ? ¿Cuándo te pondrás firme y te negarás? ¿Cuándo seguirás negociando?». Todavía me persiguen.

Uno de los desafíos más grandes para el movimiento por los derechos de las mujeres fue que entendieran y aceptaran que la discapacidad no es un grupo homogéneo, y que cada persona con discapacidades necesitaría su propio conjunto de adaptaciones razonables. Dado que la falta de comprensión de este concepto estaba profundamente arraigado, muchxs actorxs del movimiento por los derechos de las mujeres se vinculaban sólo con aquellas mujeres discapacitadas que más se parecían a las mujeres «normales», las de alto funcionamiento que tenían menos necesidades de apoyo. Como mujer ciega que había aprendido a ser funcional a mi más alta capacidad, reconocía mi privilegio y las presiones que este privilegio acarreaba. Pero el problema mayor es que la confluencia de estas oportunidades de inclusión (a pesar de ser ofrecidas como símbolo a las personas discapacitadas que están más cerca a ser «normales») con el medio externo refuerza la jerarquía de poder que ya existe entre todas las discapacidades, en la que las personas ciegas y aquellas con discapacidades motoras están quizás en la franja superior de la escala, y las personas más marginadas son aquellas con discapacidades intelectuales y de desarrollo.

Como mujer ciega que había aprendido a ser funcional a mi más alta capacidad, reconocía mi privilegio y las presiones que este privilegio acarreaba. 

Comprendí que el movimiento por los derechos de las mujeres (o que gran parte de lxs actorxs de este movimiento) sufría no sólo de una falta de empatía sino también de la incapacidad de entender la inclusión y el ser unx aliadx. Ser unx aliadx significaba entregar el espacio y retirarse, escuchar y apoyar a las mujeres con discapacidades, en varios niveles. Las mujeres no discapacitadas afirman que en una sociedad patriarcal los varones deberían reconocer sus privilegios y retirarse, para compartir el espacio con las mujeres. En forma similar, las mujeres sin discapacidades debían dar un paso atrás y permitir que las mujeres con discapacidades decidan qué hacer y qué se necesita, pero esto todavía no había sido plenamente aceptado.

El panorama ha cambiado, pero muy gradualmente. Contamos en efecto con aliadxs que son intencionalmente inclusivxs. Sin embargo, hace unos meses, sentada en una reunión sobre derechos de Internet y temas feministas, después de hacer una presentación sobre espacios en línea y mujeres con discapacidades, observé que estamos reproduciendo lo que ya ha sucedido, en particular cuando surgen nuevas conversaciones. En las conversaciones sobre violencia en línea, seguridad digital y derechos de Internet, las mujeres con discapacidades en general no son consideradas, o ni siquiera están presentes. Si están presentes, pueden no ser oídas, o pueden ser oídas pero no incluidas. Inclusión significa que los temas no siguen siendo «sus temas» y se convierten en «nuestros temas»

Nidhi Goyal

El camino con AWID

Reseñaré algunos de los contextos de trabajo interseccional en los que participé, para ilustrar cuán interesante y único ha sido este viaje con AWID para mí. AWID es una organización feminista internacional de membresía comprometida con la igualdad de género, el desarrollo sostenible y los derechos humanos de las mujeres. Quizás AWID estaba trabajando por la inclusión de las mujeres con discapacidades, y estaba lista (desde lo organizacional y lo personal) para asumir este compromiso, cuando el grupo me invitó a unirme al Comité Internacional de Planificación para diseñar conjuntamente el Foro Internacional. La Directora Ejecutiva y el equipo me dijeron: «Dinos qué hacer. Estamos dispuestas, y necesitamos orientación para que la inclusión sea una realidad. No podemos, y no queremos, emprender este camino sin mujeres con discapacidades.» Esto estaba en sintonía con la agenda del movimiento por los derechos de las personas con discapacidad: «nada sobre nosotrxs sin nosotrxs», y se acercaba mucho a la forma en que yo quería trabajar. Con el pedido de AWID comprendí que yo no podía representar al movimiento. En un intento por lograr la inclusión equitativa de un grupo tan diverso de mujeres con distintas discapacidades y variados factores socioeconómicos, culturales, geográficos y otros, sugerí la creación de un subgrupo asesor en línea que nos permitiera diseñar una participación holística, inclusiva y útil para las mujeres con discapacidades del Foro, y AWID aceptó.

En un intento por lograr la inclusión equitativa, sugerí la creación de un subgrupo asesor en línea que nos permitiera diseñar una participación holística, inclusiva y útil para las mujeres con discapacidades del Foro, y AWID aceptó.

Con anterioridad al Foro, tuvimos dos reuniones del Comité Internacional de Planificación en Bahía, en el noreste de Brasil. Desde Mumbai, la ciudad donde vivo, asistir implicaba tres vuelos y 36 horas de viaje. Iba a enfrentar muchos desafíos en este largo trayecto, incluyendo momentos de miedo cuando el personal del aeropuerto me dejara sola, y otras complicaciones para las cuales necesitaría asistencia, en particular porque no conozco el idioma. La entonces Presidenta de la Junta Directiva, Myrna, una feminista fantástica que participaba también en este Comité Internacional de Planificación, se enteró de las dificultades extremas que tendría que enfrentar para llegar a destino (narradas con gran calidez aventurera) e insistió en que yo viajara con alguien. Mi colega y mentora Janet Price, una maravillosa feminista y académica discapacitada, se hizo eco de las mismas palabras. Recuerdo que le dije a Janet, un poco a la ligera, que era muy fácil para las personas sin discapacidades confundir adaptación y apoyo razonables con dependencia e incapacidad. Pero cada vez que hablábamos sobre el tema, ésta era mi respuesta predeterminada, y seguía avanzando.

Años más tarde desentrañé la razón de mi comportamiento. Además del hecho de que amo mi independencia y no me gusta demasiado la idea de tener una persona siguiéndome de cerca todo el tiempo, un pequeño pero significativo porcentaje de este comportamiento surgía de experiencias pasadas en el movimiento por los derechos de las mujeres: a menos que una mujer con discapacidad fuera altamente funcional, el espacio no sería compartido con ella. No me preocupaba que el espacio se me escapara de las manos; más me preocupaba porque me sentía responsable. Dado que yo era una activista muy consciente de mi privilegio, incluyendo el de mi discapacidad (que era menos marginada y estigmatizada que muchas otras discapacidades), asumiría mi responsabilidad de entrar en un espacio, incluso con grandes incomodidades y dificultades personales, y abogaría por más inclusión, mejor apoyo, y mayor diversidad para otras mujeres con discapacidades. No entendí, hasta mucho más tarde, cuánta presión ejercía sobre las mujeres como yo la exclusión de las mujeres con discapacidades por parte del movimiento. En efecto, muchos grupos marginados no tienen espacio para ser normales. Para ser incluidas, estas personas deben encajar en una de dos polaridades: ser sobrehumanas o realmente «discapacitadas»; las primeras son convenientemente incluidas, y las últimas convenientemente exhibidas.

Recuerdo que en una de las reuniones que tuve con el equipo de AWID dije que la inclusión implicaría tomar medidas deliberadas para movilizar y apoyar la participación. Definimos la accesibilidad como no negociable, y todas las mujeres con discapacidades que tuvieran becas tendrían derecho a tener unx asistente. No hubo ninguna pregunta sobre cómo y por qué estas medidas serían importantes; no hubo ningún tibio intento del tipo «pactemos A y brindemos sólo B»; no hubo ninguna excusa como «esto requiere demasiados recursos, así que podríamos obviarlo». Todxs reconocimos los desafíos y realizamos el trabajo en equipo para que las cosas sucedieran. Y el Foro 2016 de AWID contó con la participación de un significativo número de mujeres con discapacidades, e incluyó un centro de discapacidad para la auto-organización de actividades adicionales.

El Foro 2016 de AWID contó con la participación de un significativo número de mujeres con discapacidades, e incluyó un centro de discapacidad para la auto-organización de actividades adicionales.

Poco después, fui elegida globalmente por lxs afiliadxs de AWID para integrar la Junta Directiva. En la primera reunión estábamos preparando el borrador de un documento, y señalé la ausencia de la palabra interseccional en la introducción de este documento. Recuerdo que Charlotte Bunch, la Presidenta, me dijo en ese momento que no sabían qué clase de feminismo sería, si no fuera interseccional. Y entonces mi fe en el compromiso de AWID hacia la inclusión se solidificó.

Con mucha humildad, quiero decir que para mí, a partir de mayo de 2019, éste será un viaje de aprendizaje y exploración. Seré (creo) la Presidenta de la Junta Directiva más joven y la primera Presidenta discapacitada de una Junta Directiva que valora el norte y el sur, que tiene un enfoque multigeneracional, y cuyxs integrantes valoran la experiencia de todas las personas no a pesar de, sino debido a sus bases, regiones, temas, orientaciones, capacidades y etnias. Lo más importante que resuena en AWID, para mí, es el propósito de la organización y de su liderazgo de actuar, en cada etapa, en forma justa, más inclusiva y más representativa, y de tratar la inclusión como un proceso de aprendizaje y una forma de ser.

 


Nidhi Goyal es fundadora y Directora Ejecutiva de Rising Flame, y Presidenta de la Junta Directiva de AWID. Puedes seguirla en Twitter: @saysnidhigoyal o @RisingFlameNow 

Este artículo fue publicado por primera vez como introducción a un libro de texto de Sociología, editado por Ashbury Publishing. Esta editorial adopta un enfoque innovador y colaborativo para producir libros de texto universitarios.

 

 


Este artículo también está disponible como podcast.

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Category
Análisis
Region
Global
Source
AWID