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Diamantes: Por qué no son los mejores amigos de todas las mujeres

NOTAS DE LOS VIERNES: Más de cien millones de mujeres en todo el mundo usan anillos de compromiso de diamantes, pero ¿cuál es el costo de ello para las que viven en comunidades mineras de África Austral y otros lugares?

Por Masum Momaya

Este verano, a medida que llega a su fin otra ‘temporada de anillos de compromiso’ en el Hemisferio Norte, joyeros en países como Alemania, India, Japón y Estados Unidos están calculando las ganancias derivadas de ventas de sortijas compradas para mujeres como promesa de matrimonio.

El deseo de las mujeres de tener anillos de compromiso es, en parte, el resultado de décadas de agresivos esfuerzos de mercadeo por parte de De Beers, una compañía con sede en Johannesburgo que acuñó la frase “un diamante es para siempre” en 1947. Durante los últimos 50 años, las campañas publicitarias del conglomerado han introducido los diamantes en culturas de todo el mundo como símbolos costosos – e invaluables – de compromiso.[1]

Reservados en el pasado para la clase alta, a medida que más diamantes fueron descubiertos y extraídos – y De Beers obtuvo el control de más acciones sobre ellos – la compañía y sus minoristas afiliados empezaron a vender el ‘hielo’ a masas de clase media en países que no tenían una tradición de anillos de compromiso.

Es más, incluso cuando las tasas de matrimonio comenzaron a bajar en Japón, Estados Unidos y otros países, De Beers concibió y comercializó el ‘anillo de la mano derecha’, alentando a las mujeres a comprar sus propios diamantes como símbolos de su éxito e independencia.

Hoy día se estima que más de cien millones de mujeres en todo el mundo usan anillos de diamantes valorados en decenas de miles de dólares estadounidenses. Pero, ¿cuál es el costo de estos diamantes para las mujeres en países con minería de diamantes, especialmente en África Austral?

La ‘piedra bonita’ en el sur de África

El primer diamante fue descubierto en Sudáfrica en 1867 por un niño que notó una mooi klip (‘piedra bonita’) y se la dio a su hermana para que jugara. Cuando un vecino le preguntó a la madre de estos niños si podía comprársela, ella le respondió que definitivamente no podía cobrarle por una piedra. Él la tomó y se la vendió a un vendedor itinerante, a quien luego se le ridiculizó por afirmar que había comprado un diamante.[2]

Su afirmación era correcta y este descubrimiento atrajo a buscadores de gemas desde Europa, Australia y Estados Unidos al sur de África. Hacia 1888 se habían establecido las primeras minas de trabajo en el Río Orange de la frontera entre Namibia y Sudáfrica. Así nació la compañía de minería y comercialización de diamantes De Beers.

Hoy día, África Austral[3] es la cuna del 65 por ciento de la producción anual de diamantes brutos valorada en 13 mil millones de dólares estadounidenses. Periodistas de investigación han documentado el carácter sangriento de la explotación de diamantes en todo el continente.

Específicamente, minas en Angola, Zimbabue y la República Democrática del Congo están o han estado bajo el control de grupos rebeles que emplean trabajo forzado y usan las ganancias para financiar armas y conflictos.

En 2003, a fin de prevenir que las ventas de los llamados “diamantes de sangre” financiaran movimientos rebeldes que pretendían socavar gobiernos legítimos, la Asamblea General de las Naciones Unidas puso en marcha el Sistema de Certificación del Proceso de Kimberley (SCPK). Actualmente, 75 países participan en este proceso.

Tal como Human Rights Watch y otros grupos han señalado, el SCPK no da cuenta de diamantes explotados en el contexto de graves abusos cotidianos contra los derechos humanos. Por ejemplo, si bien los diamantes provenientes de Angola fueron prohibidos debido al rol que jugaron en financiar la guerra civil allí, al concluir ésta los diamantes angoleños empezaron a ser certificados como “limpios”, aunque hay amplias evidencias de que la industria minera de diamantes en este país todavía se caracteriza por gran codicia, explotación y violencia.

En contraste, los gobiernos supervisan más estrechamente las minas en Botsuana, Namibia[4] y Sudáfrica,[5] pero los salarios son bajos y las condiciones de trabajo siguen siendo peligrosas.

Las ventas globales de joyas de diamantes superan los 72 mil millones de dólares estadounidenses anualmente; no obstante, la mayoría de mineros y mineras gana menos de un dólar diario.

En particular, mujeres que viven y trabajan en las áreas mineras enfrentan numerosas adversidades.

Retos para las mujeres mineras en el sector informal

Más de un millón de personas trabajan en la minería de diamantes en África Austral. Alrededor del 17.5 por ciento son mujeres, quienes sufren impactos sociales, económicos y ambientales desproporcionados a causa de la minería.

Como mineras, las mujeres trabajan primordialmente en minería artesanal, constituyendo más de la mitad de personas dedicadas a este tipo de minería en África Austral. En contraste con mineros industriales, quienes usan tecnología para explotar capas de tierra y excavar profundamente en la superficie, las y los mineros artesanales usan sus propias manos y herramientas pequeñas para excavar y tamizar fango poco profundo, arena y grava a fin de encontrar diamantes.

La minería artesanal es labor intensa y parte del sector informal, fuera de los marcos legales y regulatorios y con pocas protecciones de seguridad, pese a condiciones rudas y peligrosas.

Al igual que las mujeres que trabajan en casas particulares, desde su hogar o como trabajadoras del sexo, las mineras artesanales a menudo no cuentan con dinero para comprar el equipo necesario que les permitiría realizar su oficio con seguridad, tienen pocos medios de recurso cuando se enferman, sufren abusos o son explotadas, además de carecer de servicios sanitarios para mujeres y de un acceso organizado a cuidado infantil durante su horario laboral. Muchas se ven obligadas a dejar a sus hijas e hijos solos en casa mientras trabajan o a llevarles a las zonas mineras, donde se les expone a polvo dañino para los riñones y riesgos de seguridad.

Por otro lado, la minería artesanal no es una fuente confiable de ingresos pues depende de la lotería de encontrar diamantes que de hecho se puedan vender, lo cual deja a las mujeres en una perpetua vulnerabilidad a la pobreza.

Las mujeres que no trabajan directamente como mineras pero viven en áreas mineras también sufren impactos.

Impactos indirectos

En toda África Austral, las compañías mineras se apoderaron de tierras que antes eran usadas para la agricultura y desplazaron a comunidades enteras sin ofrecer compensación alguna a agricultores, en su mayoría mujeres, que labraban esas tierras para ganarse la vida. Incluso en áreas mineras donde todavía hay tierra cultivable disponible, las mujeres que intentan complementar los ingresos de sus compañeros mineros a través de la agricultura[6] descubren que la minería contamina los recursos, utiliza grandes cantidades de agua y daña la capacidad de la tierra para ser cultivada.

Además, las mujeres que trabajan como encargadas de limpieza y secretarias en minas industriales con frecuencia lo hacen sin equipo de seguridad y sufren violencia por motivos de género como acoso sexual y violación, especialmente en minas que están militarizadas.

Desde que los buscadores de gemas llegaron a la región en el siglo 19, el trabajo sexual ha florecido en minas donde trabajan solamente hombres.[7] Estudios de salud pública han revelado que el acceso a preservativos y la negociación de su uso son difíciles para las trabajadoras del sexo en comunidades mineras, como también que son altas las tasas de infecciones de transmisión sexual (ITS), VIH y sida.[8]

Las mujeres cuyos compañeros migran para trabajar en las minas quedan solas a cargo de sus hogares, a veces sin recibir remesas.[9] Además, muchos hombres migrantes que son sus parejas adquieren el VIH mientras trabajan en las minas.[10]

Ingresos fiscales perdidos

Un impacto indirecto menos conocido es la pérdida de impuestos. Muchos diamantes son contrabandeados debido a su tamaño y concentración de valor. Asimismo, aun en arreglos ‘legítimos’ las corporaciones mineras operan con sustanciales deducciones fiscales. En algunos casos, políticos corruptos reciben incentivos a cambio de aprobar operaciones mineras.

En Zimbabue, por ejemplo, el tesoro nacional no recibe prácticamente ningún ingreso de las minas de diamantes. La Reserva Bancaria del país estima que cada año se contrabandean diamantes valorados en más de 500 millones de dólares.

De esta manera, en Zimbabue y otros lugares se pierden grandes cantidades de ingresos que podrían llenar las arcas nacionales, reinvertirse en la economía local y financiar programas de salud, educación y bienestar social. Dado que estas responsabilidades de cuidados recaen en las mujeres, ellas trabajan más arduamente y por más horas para compensar los servicios que son recortados, o nunca proporcionados, por sus gobiernos.

¿Cómo pueden afrontarse estos impactos?

Mujeres mineras organizadas

Las mujeres han estado organizándose a favor de arreglos económicos más justos, acceso a empleos y una recolección y distribución conscientes de los ingresos fiscales.

A finales de la década de 1970, tras haber trabajado casi toda su vida en minas sudafricanas, mujeres que se acercaban a la edad de jubilación en Lesoto formaron la Cooperativa de Diamantes Liqhobong. Negociaron un acuerdo de comercio justo para recibir un pago de valor agregado del 15 por ciento de las ganancias sobre ventas de diamantes. Las condiciones de vida cerca de este campamento minero eran todavía muy bajas – vivienda deficiente, falta de energía eléctrica, escasez de agua potable y condiciones sanitarias marginales – pero las integrantes de la cooperativa ganaban más por los diamantes que encontraban. Sin embargo, en 1996 una corporación multinacional compró la cooperativa.

Además, mujeres asistentes y del personal auxiliar en minas sudafricanas se han estado organizando a fin de llevar seguridad y regulación a la industria minera y facilitar trabajos formales para mujeres en minas industriales. En 1997 trabajaron con sus contrapartes transnacionales para formar la Red Internacional Mujeres y Minería (RIMM).

Debido en parte al cabildeo de la RIMM, las mujeres empezaron a recibir capacitación y se les certificó con una boleta verde, o licencia para explotación plena. Esto ha abierto nuevas oportunidades laborales, aunque no necesariamente mejoró las condiciones de trabajo en las minas industriales.

En Botsuana, el Fondo de Empoderamiento frente a los Diamantes presionó al gobierno a fin de que usara los ingresos fiscales por minería de diamantes – más de 3.3 mil millones de dólares, o un tercio del producto interno bruto del país – para subsidiar la educación primaria.[11]

Sin embargo, ¿será esto suficiente para revertir más de un siglo de pobreza, explotación y violencia asociadas a la minería de diamantes en la región?

Tom Zoellner, un periodista que viajó por África para estudiar la minería y comercialización de diamantes, confirma: “al ver los lugares donde se lleva a cabo una gran parte de la minería de diamantes, ves que ésta no ha traído riqueza o prosperidad o paz a estos países, sino más bien pobreza, caos y guerras”.[12]

Jana Shoemaker contribuyó a la investigación para esta edición de Notas de los Viernes.

Notas:

  1. Kanfer, Stefan, 1993, The Last Empire: De Beers, Diamonds, and the World [El último imperio: De Beers, los diamantes y el mundo]. Nueva York: Farrar, Straus y Giroux, pág. 6.

  2. Zoellner, Tom, 2006, The Heartless Stone: A Journey Through the World of Diamonds, Deceit, and Desire [La piedra sin corazón: Un viaje por el mundo de los diamantes, el engaño y el deseo]. Nueva York: Picador, págs. 99-100.

  3. En este artículo, ‘África Austral’ se refiere a países que son parte de la Comunidad de Desarrollo de África Austral (SADC, por sus siglas en inglés), incluyendo Angola, Botsuana, Lesoto, Madagascar, Malaui, Mauricio, Mozambique, Namibia, Seychelles, Suazilandia, Sudáfrica, Zambia y Zimbabue, así como la República Democrática del Congo y Tanzania, que típicamente se considera que están en África Central y África Oriental, respectivamente.

  4. Todos los diamantes de Botsuana y Namibia pasan por la corporación De Beers.

  5. Entrevista de AWID con Kathryn Sturman, del Instituto Sudafricano para Asuntos Internacionales.

  6. Gagnon, Monica, Artisanal Diamond Mining and Gender: An Overview [La minería artesanal de diamantes y el género: Una visión de conjunto], mayo de 2009.

  7. Luiz, John M. y Roets, Leon, ‘On Prostitution, STDs and the Law in South Africa: The State as Pimp’ [Sobre prostitución, ITS y la ley en Sudáfrica: El Estado como proxeneta], Revista de Estudios Africanos Contemporáneos 18.1, 2000.

  8. Rispel, L.C. et ál., Evaluating an HIV and AIDS Community Training Partnership Program in five diamond mining communities in South Africa [Evaluando un programa comunitario asociativo comunitario de VIH y sida en cinco comunidades mineras de diamantes en Sudáfrica], Revista Evaluación y Planificación de Programas 33 (2010) 394-402, pág. 394.

  9. Entrevista de AWID con Pulane Lefoka, Conferencista Principal de la Universidad Nacional de Lesoto.

  10. Ibíd., nota 7.

  11. Van Allen, Judith Imel, ‘Free Women: Kinship, Capitalism, Gender and The State in Botswana’ [Mujeres libres: Parentesco, capitalismo, género y Estado en Botsuana], disertación para Doctorado por la Universidad de California en Berkeley. Otoño 2002.

  12. Zoellner, pág. 70.

Más información

Fuente: Notas de los Viernes de AWID, 16 de septiembre de 2011. Traducción del inglés: Laura E. Asturias. Título original: ‘Why Diamonds Aren’t All Girls’ Best Friends’.

Category
Análisis
Region
Global
Source
AWID